E
l brutalismo it’s coming!!!
(en serio, se llaman así)
Da igual lo que pensase la gente de bien: los gobernantes hicieron caso al Corbu. Especialmente en las dictaduras comunistas, lo cual no debería sorprender a nadie (Bueno, sí le sorprendió a lanavajaenelojo cuando, de pequeña, y de turismo por el este, veía como un guía turístico mostraba orgulloso sus bloques de viviendas sociales que convertían a Móstoles en Versalles).
Sin embargo, hubo dos países no dictatoriales que, mejor que ningún otro, decidieron que la vida de sus habitantes tenía que ser un infierno. Me refiero a Inglaterra y Escocia. Big fucking surprise.
Después de la Gran Guerra, había un sentimiento entre los artit-tas de que “la belleza es inútil” porque no había podido crear un mundo mejor. Así que… ¿por qué no abrazar el hormigonaco y el mamotetrismo como la nueva estética?
La belleza es inútil
A esta gente me gustaría decirles que “la belleza” no es algo que se hayan inventado ellos. Todo el mundo tiene una idea sobre “lo bello” (y, si no, no se explica la taquilla de Transformers). Y, desde luego, el “bello” culto a Satán que estos arquitectos perpetraron tuvo una curiosa conclusión: pocos de sus edificios lograron vivir más de veinte años. La gente aplaudió con ganas su demolición, pero todavía quedan obras en pie que, cual museo del Holocausto, recuerdan a las futuras generaciones que ESO no debe volver a repetirse (luego veremos que los arquitectos siguen sin aprender nada de la historia). A continuación, vamos a ver algunos hits brutalistas.
Robin Hood Gardens
l matrimonio Smithson inventó un concepto que, así dicho en inglés, suena chulo: “Streets in the sky”. En español su traducción es menos lírica y viene a ser “Joer, enteraos, que habéis vuelto a inventar la corrala. Y de hormigón”.
Y es que, en los 60, una idea muy popular era la de separar radicalmente a los peatones de los coches. Así dicho, no suena mal. El problema es que, en el reparto, los peatones se acabaron quedando con rampas de hormigón que iban de un sitio a otro sin tener nada a los lados y los coches arramplaron con todo lo divertido.
Still, lo de las estritsindaskai, en la práctica, era crear un tremendo pasillo a la salida de tu casa con el que lograr no tener terraza, tener menos luz en el interior y, además, tener enfrente de la casa un lugar de paso para todos los vecinos (de follar en el salón mejor nos olvidamos) y, como todo buen lugar de paso público sin tiendas ni hostias… Sí, ya sé que saben la respuesta: un picódromo.
Claro que también podrían responder:
Un buen lugar para robarte y violarte y luego escapar con alegría. A día de hoy, la mejor forma de explicar las estritsindaskai es decir “¿Sabes donde viven en ‘My Name is Earl’ o en todas las pelis de Ken Loach?”. Y el terror se dibujará en la cara de nuestro oyente
La obra maestra del matrimonio que creó esa gran herramienta de Satán que son las estritsindaskai fueron los Robin Hood Gardens: una macrovivienda que demuestra que el 99% de las “soluciones brillantes” que planteaban los arquitectos brutalistas, en la práctica, generaban el triple de problemas.
Por ejemplo:
“Ésta es una zona muy ruidosa”. ¿Respuesta? Primero, hacemos unos muros alrededor del edificio que se las harían pasar putas a Michael Scoffield y perder aún más vista a Stevie Wonder.
luego? Pues un extensísimo parque que separe los Robin Hood Gardens del tráfico. Lástima que los arquitectos son enemigos de los árboles – por aquello de que tapan la arquitectura – y sus parques son una oda a los “espacios abiertos” (ya saben, a la gente con muchas pelas, les gusta viajar “al desierto” porque allí no están los zafios que van a Mallorca). ¿El resultado? Lo que TODOS los jardines “modernos”: tremendo picódromo con tremenda solanera en verano que quema la hierba hasta convertirla en rastrojo. Furthermore, a todos nos gusta pasear por un parque – yonki free, of course – de vez en cuando. Pero invertir media hora todos los putos días en atravesar un erial para poder ir al trabajo es algo que merece el linchamiento del diseñador. Actualmente, el edificio está comenzando a amenazar ruina y, a los pretenciosos que lo diseñaron, no se les ocurre nada mejor que intentar que lo acepten en el “Patrimonio inglés” y que los contribuyentes tengan que pagar una delirante reforma. Y ese es el momento en el que los ingleses, a diferencia de los españoles, se dan cuenta de que UN SOLO edificio público cuesta más dinero que todas las subvenciones que el cine ha recibido desde la democracia.
Sin embargo, en España, mientras la gente se aprende los nombres de cuarenta directores a los que reclamar su dinero – y llamarles, de paso, “maricones rojos hijos de puta” – ¿Podría alguien decirme el nombre del estudio de arquitectura que, por ejemplo, ha perpetrado esa cosa en la Plaza de Santo Domingo de Madrid?
Conozco directores de cine – como mi bienamado Víctor García León – que, ante el clásico exabrupto “maricones rojos hijos de puta” responden, cabalmente, con un “Hombre, pues tiene su razón…”. Pero aún tengo que encontrar a un arquitecto que no entienda que tirar al suelo los Robin Hood Gardens es una cuestión de caridad cristiana para con sus ocupantes.
Como colofón, esta foto que los modelnos hicieron para demostrar que las estritsindaskai son pura alegría: ¡los niños juegan en ellas!
¿Qué quieren? Ante esta foto sólo puedo decir “educando a los yonkis del mañana”