eter Eisenman es un genio: ha logrado vender, a una de las comunidades autónomas de EsP-P-Paña con menos dinero, un mamotreto absolutamente innecesario logrando, a cambio, hipotecar a Galicia, como mínimo, durante la siguiente década. No hay que infravalorar la grandeza satánica de su proeza: el golazo de a Cidade da cultura se lo ha colado tanto a la ciudad gallega que menos necesitaba un icono arquitectónico – ¿le suena el pórtico de la gloria en la catedral románica de peregrinación más importante del mundo a alguien? – como a ¡dos! presidentes de la Xunta de distinto signo político. Si eso no es arte vendiendo peines, que venga Satán y lo vea. Joer, que aún hay quien dice que si Eisenman se le hubiese aparecido a Cristo en el desierto, el hijo de Yahvé habría caído en la tentación unas cuatro o cinco veces. O, por lo menos, se hubiese construido un chalet en jormigonaco chorrentoso y acero corten en primera línea de playa en Torrevieja, Alicante.
La mole de Eisenman es contemplable desde muchos lugares pero, como mandan los cánones satánicos, llegar hasta ella sin perderse por los camiños de cabras galegos no es, en absoluto, sencillo. Una vez allí, pese a que el strachitect Peter ha apostado antes por una colorista piedra – estilo edadepiedrix – en vez del hormigonaco característico de otros choteos al sector público como es su memorial a las víctimas del holocausto en Berlín, no hay lugar para la decepción. Todo en a Cidade da cultura, desde sus obras paralizadas sine die, hasta la escala disparatada, pasando por una funcionalidad inexistente (porque no hay ninguna función que cumplir) convierten a este Satanazo en una pieza mítica en la historia de amor desenfrenado entre la arquitectura-espectáculo y la corrupción esP-P-Pañola.
Pasear por los bloques construidos es como intentar resolver un jeroglífico cuya pregunta es «¿Para qué carallo sirve esto?» y cuya respuesta es «Ya lo iremos viendo».
Por lo pronto, lo único que pude contemplar fueron clásicas reuniones de empleados de banca comiedo jamón en plan recinto ferial y gente que, como yo, se dedicaba a darle la razón a Eisensman subiendo por los tejados-rampa y arriesgándose a romperse la crisma bajando a toda velocidad (eso sí: hay disclaimers en toda la zona: ¡o crees que un tío tan listo como Eisenman va a arriesgarse a que lo lleves a juicio!).
El delirio llega a sus mejores cotas cuando se llega a la ‘Biblioteca de Galicia’. No sólo es más grande que las de muchos países con más producción literaria sino que, además… ¡Está prácticamente vacía!
Los pocos libros que tienen para que supongamos que estamos en una biblioteca y no en el Carrefour en día de inventario son libros tan gallegos como la tauromaquia de Cossio.
Conforme volvíamos al coche, apreciando algunas caspillas constructivas en los acabados, no podía menos que, con lágrimas en los ojos, admirarme del genio de Eisenman: en su prepotencia Satánica, estaba convencido de haberle hecho sombra a Santiago de Compostela. En su comomolismo y su aquiestanmiscojones había levantado carísimas estructuras sin propósito. Y, feck, que lo lograse en Berlin jugando con el complejo de culpa de los alemanes hacia los judíos como himself es, reconozcámoslo, facilongo. ¿Pero cómo lo logró en Galicia? ¿O es que esa construcción en medio de a Cidade, que parece un horno crematorio, es una forma de hacernos partícipes del holocausto? No intenten saber la respuesta: Satán nunca revela sus mejores trucos.
Visiten, encofrades, un mito del siglo XXI ante el que Satán tiene nada que objetar. Más bien, puede morirse de envidia.
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Ir un kilometro fuera de la ciudad para llegar a una biblioteca vacía. Eso es un buen día!!!!