LA MANO INESPERADA, O EXPERIENCIAS DE CHOQUE SOCIOCULTURAL EN UN PARQUE DE LAS AFUERAS 2
Un relato cómico-verídico de Santiago Fernández.
QUÉ PINTABA YO ALLÍ
i trabajo consiste en hacer un poco de pastor, un poco de azafata de congresos, un poco de guía-intérprete y un poco de traidor (“niño, tráeme esto; niño, tráeme aquello”), y el Alcalde de Ankara vino… pues a lo que vienen los políticos de toda laya: a que le diese al aire, que todos los despachos oficiales del mundo están muy mal ventilados. Aprovecharía el hombre alguna nota circular, alguna Cumbre Internacional, y le dijo a su santa:
– Haz las maletas Mari, que te voy a llevar un finde a Madrid.
y al Asesor:
– Prepara una carta oficial de respuesta aceptando su cordial invitación.
Lo más curioso es, que yo recuerde, nosotros no le invitamos. Es igual: el señor se personó y hubo que preparar un Programa Oficial, no demasiado “cargado” (es decir, que no superase las tres horas de trabajo, para que le diese tiempo a pasar por El Corte Inglés) ni demasiado libre (para que, al regresar a Ankara, al hombre no le pusiese la cara colorada la oposición municipal). Total, que un par de entrevistitas, infraestructuras viarias, bla bla bla, asuntos sociales, bla bla bla, y visita técnica al Palacio Municipal de Congresos y tour por el parque anexo.
ecíamos que el propósito principal de su visita era que al señor le diese el aire. Pues precisamente el aire es lo único verdaderamente notable del Parque Juan Carlos I, ya que está en un altozano del que se domina el aeropuerto y los cerrillos de Paracuellos, al otro lado del río Jarama, y en días claros se ve perfectamente la Sierra. En realidad, la sierra de Madrid se ve desde cualquier sexto piso bien orientado, incluso desde Móstoles o Alcorcón. Tenemos esa suerte: pero bueno, a los madrileños nos hace ilusión decirlo.
Además de aire, el parque goza de un privilegiado microclima: siempre hace frío. Incluso en algunas mañanas de agosto hay que llevar una rebequita. La época del año elegida no la recuerdo con exactitud, pero sí que Paquita (que ahora se llama Fran, porque Paquita siempre está a la última), el “enlace” que mi oficina tenía con la Empresa Municipal que entonces llevaba los congresos, las ferias y, no preguntéis por qué, ese parque, iba entonada en colores claros, y con zapato cerrado.
La señora turca, no. Y eso que Ankara tiene un clima muy similar a Madrid. Y tampoco tenía un burka que echarse por los hombros, porque las mujeres turcas no tienen término medio: o van vestidas a la moda del siglo XIV, o a la del XXI. Y esta era de las segundas: media melena rubio platino y bien tiesa, trajecito de chaqueta en seda salvaje tonos crudos, zapato abierto de medio tacón, y sin medias, así que cuando abordamos el catamarán pude apreciar un principio de congelación en los dedos que asomaban.
í, he escrito “catamarán”. Como en Madrid no tenemos mar ni río navegable, en cuanto vemos cualquier lámina de agua con la suficiente profundidad, echamos algo que flote y nos metemos dentro. La inmensa mayoría de niños madrileños recibimos nuestro bautismo a bordo del vapor que daba la vuelta al estanque del Retiro, o al Lago de la Casa de Campo.
En el Parque Juan Carlos I, como era un icono de modernidad, no se le podía llamar “barco”, “vaporcito” o cualquier otro nombre evocador de románticos tiempos pasados, así que los gerentes del parque, con dos cojones, llamaron “catamarán” a aquel cascarón de fibra de vidrio.
Y nos echamos a “la ría” para disfrutar de un relajante paseo arquitectónico. Porque los sustantivos “estanque” y “lago”, como ha quedado dicho en el párrafo anterior, ya estaban cogidos. A la ría, pues.
Antes he olvidado mencionar a un importante personaje: la intérprete, proporcionada por la embajada porque el señor no salía del turco cerrao. Y no es demérito ni desprecio a esa sufridísima profesión, sino que el mejor intérprete es el intérprete invisible: no destaca por nada, siempre se encuentra en el lugar oportuno, presto a susurrar al demandante de sus servicios; nunca tropieza, nunca interrumpe, nunca se atraganta… y aquella intérprete era de las buenas. Al comenzar la singladura, Paquita se lió a soltar nombres de Grandes Artistas Contemporáneos, de lugares tan renombrados por su tradición artística como Chile, Israel o Ecuador. Uno de los “highlights” de Madrid’92 fue la celebración del “I Simposio Internacional de Escultura Al Aire Libre”, y como había campo de sobra para instalar todas aquellas toneladas de hierro, piedra y acero, se colocaron en lugares estratégicos del parque, muchos de ellas visibles desde la ría.
(con posterioridad a aquel I Simposio, del que nunca se celebró una segunda edición, el Parque Juan Carlos I ha sido el objetivo preferente de las embajadas pelmas, aquellas cuyo representante se empeña, con determinación digna de mejor causa, en regalar alguna Muestra de Amistad con el pueblo madrileño/español, y con el secreto y único objetivo de justificar ante el ministro de Asuntos Exteriores de turno su misión en España, mediante una fotito y un inserto en la prensa local, que, paradojas de la perspectiva, aparece en la sección “internacional” del país ofertante del mamotretín. Por haber, hay hasta un “Homenaje a Melilla”. Qué pensará Ceuta de este agravio comparativo…)
ientras Paquita, y retomo el hilo de los acontecimientos, desgranaba nombres, técnicas escultóricas, dimensiones y pesos, yo me di cuenta de que el alcalde miraba siempre en la dirección opuesta a la marcada por nuestra guía forestal. Como ya era el segundo día que compartía con aquella pintoresca delegación, aproveché un rato de silencio para bisbisear a la intérprete: ¿por qué no hace caso el señor alcalde? Y ella me respondió que era “de gustos más clásicos”. Con posterioridad a los hechos descritos, leí unas declaraciones suyas al respecto del arte contemporáneo, en la que dijo a quien le quisiese escuchar que las esculturas abstractas “solo sirven para escupir en ellas”. Probablemente, si en 1992 hubiese existido Internet, le habríamos metido en el museo del Prado, pero en los tiempos en que la información era un bien escaso, nosotros ignorábamos ese detalle y al señor alcalde solo le quedaba aguantar a que aquel compromiso acabase.
Lo que no sabía yo era que algo mucho más inesperado me aguardaba en la minivan que nos devolvería al centro.
(continua en la tercera y última parte) La Mano Inesperada 3