LA MANO INESPERADA, O EXPERIENCIAS DE CHOQUE SOCIOCULTURAL EN UN PARQUE DE LAS AFUERAS
Un relato cómico-verídico de Santiago Fernández.
«A los Harkiteztos les mola mil incluir vistas de pájaro. Lástima que los usuarios de sus Majnas Ovras carezcamos de la facultad de volar»
n la España de 1992 sucedieron tres cosas; en Barcelona, unos Juegos Olímpicos; en Sevilla, una Exposición Universal, y en Madrid, Algo Había Que hacer, así que se otorgó a la capital del estado la Capitalidad Europea de la Cultura, que por muchas mayúsculas que se empleen en la Denominación, aquello no supuso más que media docena de conciertos a los que fueron Los De Siempre (mejor dicho: Dejaron Las Butacas Vacías Los De Siempre), y esto:
que hubo que cerrar a los pocos años porque, según en dónde consultes.
- no tiene acceso de minusválidos
- se cae a pedazos
También se aprovechó para urbanizar un poco las afueras, que eran pasto (nunca mejor dicho) de los últimos rebaños de ovejas genuinamente madrileñas. Yo las he visto pastar en los terraplenes de la M30 y la M40, por eso me permito el lujo de escribir; porque tengo una edad.
Entre lo más urbanizable de entonces destaca el cuadrante nordeste de entonces, una serie ininterrumpida de páramos de yeso y arenisca que, salvo la siempre breve primavera madrileña, permanecen amarillos y securrios, llenos de pajas y cascotes que da pena verlos.
Por el Noroeste no se puede meter ni una triste excavadora porque está el Monte del Pardo, una joya delicadísima y de acceso prohibido (salvo SS. AA. RR. los De Siempre, esa tal Corina y unos guardas gorditos y de ceja gorda), y ojo, que me parece estupendo.
No que solo pasen esos, sino que no pasemos el pueblo llano, porque el suelo es el mismo, si no más endeble aún: el lecho arenoso del río Manzanares, en el que, durante miles de años de aislamiento, ha logrado hacer brotar con paciencia biológica un bosque de encinas que, si sufrieran el trote que los madrileños le damos, por ejemplo, al parque del Retiro, quedaría pelao y mondao, y con los ciervos, los gamos y los jabalíes huyendo en estampida antes de que Leonorín cumpliese la mayoría de edad.
sí que las fuerzas vivas del municipio concentraron sus esfuerzos, como digo, en el Este: el Nordeste entones, y el Sureste después. La parte del león de las “obras de infraestructura” se las llevó un erial llamado “huerto de la Hinojosa” en el que malvivía un ejército de olivos venerables y que estaba allí plantado por sabe Dios quién, hace sabe Dios cuántos años. Alrededor de ese olivar se diseñó un “jardín arquitectónico” que, como de costumbre en mi ciudad, se bautizó con el nombre de un miembro de la Casa Real, porque cualquier ocasión para sobarle el frac al Rey de España es buena.
Y allá fueron Los de Siempre a inaugurarlo con todo lujo de clarines y cornetas, con la Banda Municipal y el alcalde de entonces, que al poco tiempo se murió, y Juan Carlos I que para eso llevaba su nombre aquel rincón. Y luego dicen que qué vidorra.
Amos, que inaugurar eso con tu nombre no tiene que ser precisamente agradable. La de veces que el Rey Que Ya Ni Reina habrá pensado “Vaya mierda estoy bautizando”.
ero el caso es que estábamos muy orgullosos de aquello, y lo seguimos estando los cuatro años siguientes: lo que dura una Legislatura. Y lo enseñábamos a las visitas, como luego enseñamos el Parque Madrid Río y ahora enseñamos los agujeros que ha dejado en la ciudad la Crisis Burbujera.
Lo que voy a relatar a continuación sucedió una mañana de breve primavera, en la que me mandaron con el Alcalde de Ankara, su señora esposa y el Asistente, a disfrutar de una salutífera mañana en la que Cultura, Esparcimiento y Sociología de Pie de Calle se aliaron en proporcionarme una excusa para crear ejte artículo por el que ahora, queridos y desconocidos lectores, deslizan sus ojos. Si les ha interesado esta introducción, síganme, si son tan amables. La Mano Inesperada 2