E
l metabolismo arquitectónico a los pies de Satán Nuestro Señor
Capítulo 1: era un tubo… (los metabolistas)
Me visteis venir en la primera parte. En efecto, hoy les toca el turno a un grupo de pirados japoneses que se hicieron llamar “metabolistas”. Se me ocurren otros nombres, pero seguro que a vosotros también tras contemplar ésta su obra cumbre. Es la torre de cápsulas Nakagin del mítico Kisho Kurokawa. En el barrio, también era conocida como “oiiii paaaayo, el cementerio de lavadoras”.
Gocemos ahora un poco del interior de cada cápsula. Como pueden ver, no faltaba ninguna suerte de comodidad tecnológica: especialmente destacables son esos rollos magnéticos setenteros para ser reprodcidos en un modernísimo magnetófono. Pero, hoygan, de la misma manera que la gente cool juzga que está bien comerse la fritura de los vinilos porque “hay frecuencias que no se oyen, pero se sienten”, no duden que acontecerá un revival del magnetófono. ¿O es que hay una forma mejor de gozar de las grabaciones de The Dharma Initiative mientras estás encerrado en la escotilla?
a torre Nakagin se hizo para solteros que no quisiesen follar en su casa y, en ente vlog, como fans del dillingerismo que somos, no podemos menos que aplaudir el lanzarse a una vida autosuficiente en un par de míseros metros cuadrados fijados por unos pocos tornillos a una estructura central.
Más aún, si esos míseros dos metros son una cápsula cuya puerta de la ducha sólo puede manejar un señor japonés. Porque un occidental, invariablemente, se pillaría la minga al cerrarla.
La idea central del metabolismo es que la sociedad cambiaba a tal velocidad que había que estar preparado y ser sumamente flexible para ir respondiendo a los nuevos retos. En este caso, por flexibilidad se entendía el ir cambiando las lavadoras de sitio o el ir recargando el edificio con más lavadoras… perdón, cápsulas. Por supuesto, la visión del metabolismo iba todavía más allá. En el cenit del delirio “adaptativo” propusieron ¡Ciudades que anduviesen! No, no estoy de coña…
no desconoce si el objetivo de estas ciudades era ser cual aves migratorias y vivir siempre en el perpetuo verano (con lo cual unas “ciudades navegantes” serían mejor opción, aunque muchos elegirían quedarse donde están en vez de vivir en el mareo y el vómito continuo) o si su objetivo era facilitar el hacer el clásico chascarrillo de, en pleno botellón, empujar a un colega fuera de la ciudad y que, luego, éste se levantase de resacón en medio de la tundra siberiana – o en Puertollano, que cada cual elija – gritando el equivalente japonés de “¡Me cago en vuestras muelaaaaaaarrrrlll!”
Qué pena que los metabolistas no entiendan que las necesidades básicas del ser humano – el “CJC” que significa tanto “Camilo José Cela” como “Comer/Joder/Cagar” – apenas han conocido evolución en la historia. Y que son necesidades que no necesitan cambiar tu casa/lavadora de sitio. Por ello, otros proyectos soñados del metabolismo japonés como “La ciudad de embudos” tienen un significado que ya se me escapa.
Decir, eso sí, que a la que se decidió la demolición de la torre Nakagin algunos países, como Canadá, se animaron a rescatarla y llevársela a su casa. Porque siempre habrá gente pretenciosa que cree que se está apuntando a una “nueva revolución que cambiará el futuro de la sociedad”. Y que, además de vivir en una cápsula cuyo exceso de amianto en su diseño les producirá un bello cáncer, esté dispuesta a, cada cierto tiempo, teclear en uno de los ordenadores de su mísero cubículo los números 4, 8, 15, 16, 23, 42. ¡El universo depende de ellos y de sus gafas de pasta!