uando a nuestro idolatrado Saenz de Oiza le encargaron, allá por el 58, comandar la ejecución del Polígono del Batán en Madrid debió pensar – aunque fuese sólo a nivel inconsciente – «Qué de puta madre trabajar para obreros: tienen que comerse lo que yo haga y, si luego osan quejarse, les puedes decir que son unos privilegiados ¡viven al lado de la casa de campo y encima lloran!».
El caso es que, a día de hoy, la obra más completa sobre Batán, escrita por Rafael Pulido, lleva el más que descriptivo título: ‘Entre el infierno y el paraíso’. Lo que, creo, viene a decir «La casa de campo… la Hostia. El resto… ejem».
La principal apuesta de los intelectuales que diseñaron Batán fue «la integración con la naturaleza». Ya saben, aquello de que la clase trabajadora debe ser tratada como unos buenos salvajes, que sólo quieren corretear entre los espacios verdes, a la par que extasiarse ante la orografía.
Así pues, decidieron que los bloques de cinco alturas y las torres con planta esvástica crecerían cual setas desde el descampado. Que ya se llegaría a las casas trotando desde los carreterones que aislaban este polígono. Que el adaptarse «orgánicamente» a la orografía nos regalaría infernales escaleras pletóricas de recovecos que harían las veces de urinarios públicos. Que, aunque hubiese la posibilidad de crear una vida de calle «normal», se buscaría eludir las líneas rectas en favor de inverosímiles senderos de cabras que crearían una atmósfera «recoleta». Y que si el proletariado no entendía esta nueva apuesta «organiconaturalista» que sucedía a la abstracción minimalista de anteriores poblados (como Entrevías), pues que consultasen las revistas especializadas de harkitejtura. Que para eso estaban.
Los intentos de adaptación de este diseño a la vida actual – ¡Como iba a pensar Oiza que todo el proletariado conseguiría su Seiscientos! – son un desastre laberíntico, con los clásicos espacios públicos reconvertidos a párking o con entradas a párking subterráneo que también crean plazas duras de arrebatadora belleza satánica. Y lo más parecido a una acera es un estrecho pasadizo justo al lado de la Autovía de Extremadura.
De entre todo el polígano, destacamos la colonia Nuestra señora de Lourdes – la más próxima al metro Casa de Campo – en la que cabe prestar especial atención al Colegio Lourdes, con su planta en la que se interseccionan círculos de forma… No tengo palabras, vívanlo mejor en este vídeo cuyas cortinillas de transición atacarán sin piedad su corteza cerebral.
Como fin de fiesta, tocaría ir a la casa de Campo – separada de las viviendas, por cierto, por la vía del Metro – y adentrarse en sus espesuras para la jovial práctica del cruising. En el mapa que les adjuntamos lo pueden ver, cerquita de la boca de metro. ¡Hagan la visita! ¡Batán es nuestro Señor!
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Ya paseé por esa zona tan bonita hace un tiempo y se respira a la prese cada rincon.