icen algunos especialistas que el proceso de regeneración urbana basado en la rehabilitación del patrimonio histórico practicando el fachadismo nació en Bruselas en la década de 1980, como reacción frente a la destrucción masiva de la ciudad histórica y como método de salvaguarda de la identidad urbana. Pero nótese que Carmen de Mairena intentó lo mismo con su cara y ya vemos cómo terminó el asunto. Sin salir de Bélgica pero viajando hacia el norte, todo buen adorador de Satán no debe perder la oportunidad de hacer un alto en Ostende, que nunca dejó de ser un pequeño pueblo marinero hasta que, a mediados del siglo XIX, se convirtió en puerto de tránsito hacia Inglaterra. Además, fue elegida como villa de vacaciones por la familia Real, todo lo cual impulsó su crecimiento y renovación urbanística empleando principalmente una arquitectura de estilos eclécticos (neogótico y neorenacentista). En la actualidad, Ostende apenas alcanza los cien mil habitantes y uno esperaría tranquilos paseos por la típica ciudad balneario del canal de La Mancha, disfrutando de una arquitectura sencilla pero auténtica. Como por ejemplo la de la imagen que se muestra a continuación, en la Calle Ernest Feysplein, junto a Marina Mercator, pequeño puerto deportivo donde está anclado el buque-escuela -bautizado en honor del insigne geógrafo- hoy convertido en museo flotante.
Pero quien espera ese paisaje urbano es un incauto. Alguien versado en las artes del urban renewal infernal no esperará nada parecido, porque sabe que la especulación inmobiliaria es lo que mueve al mundo (y no el amor, según predica ese falso pero extendido mito) y provoca gratas aberraciones arquitectónicas como la que muestra la fotografía real que reproducimos a continuación. Lo admitimos, la imagen anterior era producto de retoque digital.

Sueño causado por el afán de un especulador inmobiliario alrededor de edificios residenciales un segundo antes de despertar. Fotografía: B.Topo.
La rehabilitación del Patrimonio Histórico es a menudo la excusa perfecta para adorar a Satán nuestro Señor.
Como se puede apreciar, sobre el edificio decimonónico original -nótese que decimos ‘SOBRE’, no ‘tras’ ni ‘junto a’-, una conjunción de lumbreras políticos, promotores y arquitectos, decidió multiplicar por cuatro el techo edificable y generar unas plusvalías que a más de uno le harían la boca agua, mientras que a la mayoría lo que logra producir es un agudo sangrado de ojos. Porque levantar la vista y contemplar este engender, si es que se tiene algo más de sensibilidad que una ameba, solo puede hacerte llorar de rabia, dolor y pena.
En cualquier caso, quienes manejaban el cotarro en Ostende a comienzos de la década de 1990 (desconocemos sus nombres), tal vez pensaron que no se notaría demasiado el apaño y que con esta presunta rehabilitación de edificios residenciales contentarían a los radicales de la conservación del Patrimonio Histórico –esos personajes molestos para el progreso urbano, casi tanto como las moscas cojoneras para las siestas campestres– a la vez que pegaban un pelotazo como el que representa elevar trece alturas de hormigón chorrentoso donde antes solo había tres de centenario y noble ladrillo.
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En Belgica inventamos la ‘Bruselizacion’ chavales…