e entre todos los PAU madrileños, éste es el único que es una prolongación más o menos natural de la ciudad: no está separado por grandes circunvalaciones, así que, satanísticamente, tiene una mala puntuación. Sin embargo, hay que aplaudir el intento decidido para lograr que… ¡Esto NO tenga vida de ciudad! La estrategia de carecer de bajos comerciales siempre es eficaz, pero está demasiado vista. Ergo, aquí es donde tiene que entrar en juego toda la creatividad arquitectónica posible a la hora de rendir culto a Satán. Y, en este aspecto, la nota del PAU de Carabanchel es altísima.
En primer lugar, tenemos amplias avenidas que podrían funcionar como zona comercial y de encuentro. ¡Anatema! Para arreglarlo, nada mejor que hacer que los edificios les tuerzan la vista. ¡Nada de mirar a la calle! La última moda es usar este tipo de enrejado que tiene todos los valores: difícil de limpiar, quita mucha luz y, a la vez, deja pasar toda la lluvia y la porquería. Satán sonríe.
Por supuesto, tampoco viene mal la opción “dura de cojones” de usar un buen hormigonazo soviético para “animar” la calle. Como decía Hans Magnus Enzensberger, toda conversación que se sostenga paseando por ahí debería terminar con un buen “¡A tomar por culo!”.
Ni que decir tiene que, cuanto más volcados estén los edificios hacia un patio interior y más se aíslen de la calle, menos vigilancia anónima habrá en esta última. ¿Receta para? Ya saben la respuesta: el clásico “Róbeme, vióleme y máteme, pero no necesariamente en ese orden”. Esto no me lo invento yo: TODOS los estudios sobre qué tipo de urbanismo evita la delincuencia coinciden en que la ciudad planteada a finales del XIX cumple perfectamente esa misión, mientras que la ciudad autista del Garden City (¿Alguien recuerda el asalto al chalet de José Luis Moreno?) o Ville Radieuse (un polígono sin yonquis en los soportales ni es polígono ni es ná) son la panacea para la delincuencia. En este sentido… ¿Pasearían por aquí de noche? Si lo hacen, Satán quedará contento.
Y los arquitectos, que tanto se han aplicado en este PAU, también. Aquí tienen una de las soluciones más celebradas para no mirar a la calle: forrar un edificio normalito con… ¡bambú! Por supuesto, el bambú sólo dura cinco años, pasados los cuales, los vecinos tienen que rascarse el bolsillo para reemplazarlo, faltaría más.
Los desangelados parques a los que llevar a cagar al perro (y punto) tienen, por cierto, una adecuada vegetación: estos peligrosos árboles de desmesuradas espinas te recuerdan, cual bella metáfora, el calvario urbanístico al que se somete a la gente.
Evidentemente, me guardo lo mejor para el final… ¡El momento en el que creen que el Satanismo se arregla tirando de colorines!
Lo siento, pero la caca, pintada de colores, sólo logra ser más visible. Por muy gay que quieras pintar a Satán, seguirá siendo gay, pero de los de ‘La ostra azul’. Y al final, toca lo que toca: un fistfucking de cuero.
Para redondearlo, dar un dato sobre la profesión arquitectónica: como todo buen colectivo artístico, son seres humanos. Y los seres humanos nos dedicamos a copiar como cabrones todo aquello que es la moda del momento, muchas veces con muy poco sentido crítico. En publicidad, donde yo curro, a veces veo películas y pienso “¿De verdad hace falta ver otro plano de un niño haciendo un ángel en la nieve como en ‘Olvídate de mí’?”. Pues en arquitectura ocurre igual: si viene alguien de fuera – y no te cuento si tiene un premio Pritzker – se le deja hacer lo que sea. Aunque contravenga muchas disposiciones urbanísticas (a las que los arquitectos españoles sí tienen que obedecer) y aunque, aluego, se marquen cosas a las que les falla la calefacción, tiene las ventanas mal instaladas, y el techo metálico tiene la fea costumbre de caerse. By the way, el adifisio (o adefesio) en cuestión está en la “Calle del Patrimonio de la Humanidad”. Igual acaban logrando que la UNESCO le dé tal distinción a esa cosa, si esa cosa no acaba con la humanidad antes.
Así pues, un aplauso para Carabanchel: podrían haber logrado algo muy poco satánico, pero han logrado estropearlo con grandes dosis de colorista y enajenada creatividad. Lo que, en otros tiempos, se hacía con patadas en los huevos como los bloques de Orcasitas, ahora se hace de una manera que asombra y maravilla.