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A PALETA DE LOJA
Las horrotondas son quizá el mayor ejemplo de Gesamtkunstwerk u Obra de Arte Total del que podemos disfrutar en nuestras ciudades. Y sin gastar un duro. En estos portales interdimensionales acondicionados para el tráfico de vehículos de motor, no sólo los harkiteztos se divierten; escultores, pintores, constructores, concejales y hasta almacenistas de áridos pueden decirle al mundo: «haý queda heso».
Por ejemplo, en esta lozana horrotonda de Loja (¿lojense? ¿lójica? ¿lojosa? ¿lojana?) el que pudo hacerse una paja mental hasta volverse friki de sí mismo no es el típico gafapasta seguidor de Le Corbu, sino un humilde artit-ta de los volúmenes, de los que tallan la piedra y modelan el barro: un escultor.
La hovra se llama «Rosa entre espinas» y representa una leyenda griega o algo así. Aunque a mí me recordó, básicamente, a esta canción de Javier Krahe: «Villatripas».
«Cogieron a la Jacinta
la moza de mejor pinta
y en la misma plazoleta
la pusieron en porreta
y la echaron al pilón
sin mayor vacilación.
Luego fue una comitiva
a Villatripas de Arriba
a decirles que bajaran,
miraran y compararan:
”Comparando las dos Venus,
¿cuál es más y cuál es menos?”
Excepto algún poetastro
que alabó a la de alabastro
y el pelma de Don Simón
que de un vuelo fue al pilón
se oyó gritar a compás:
”¡La Jacinta mucho más!”
Y con grandiosa vehemencia
añadió la concurrencia
–sobre todo los varones–
que en lo tocante a erecciones,
la Jacinta en el pilón…
Matarilerilerón.»
Sólo que en lugar de tirar la zagala al pilón, la colocaron de rodillas sobre un pedestal. Y ahí sigue.
a horrotonda se encuentra en las afueras del fermoso pueblo de Loja, geografía bendecida por Satán y que posee otras horrotondas memorables como se muestra en este vídeo:
La anatomía de La Jacinta, como sus admiradores la llamamos cariñosamente, sería el sueño de todo quinceañero leedor de Hentai. Sus redondeces generosas y duras como el alabastro (normal por su constitución pétrea) se resaltan por la estrella de piedros erectos. Son sus hemisféricos pechos y nalgas tan prominentes, tan torneados sus muslos, que tan tohórrida* visión impulsa a cualquiera a exclamar inadvertidamente: «¡qué jamona!». Ese grito irreprimible, que afecta a hombres, mujeres y criaturas, se oye continuamente en derredor. ¡Qué jamona! ¡Qué jamona! ¡Qué jamona! es ya eco. Pero para reforzar su jamonez, la monumental moza esté situada justo delante de una fábrica de embutidos. Satán nunca deja un cabo suelto.
Se engañan mucho los satalibanes, aquellos de nuestros seguidores que atribuyen a nuestro oscuro señor tan sólo los más puros ejemplos de Corten churretoso y hormigonaco del bueno. El satanismo también es posible con piedra andaluza, con formas femeninas rotundas y hasta con olor a Jabugo en el ambiente.
n primer lugar la horrotonda nos ataca con su agresiva velleza, nos hace sonrojar (el color del Diablo) con sus sensuales formas y la pecaminosa desnudez de la figura. Nos hace desear ser arrojados a los afilados piedros que rodean la estatua. Pero sobre todo, sobre todas las demás cosas, la horrotonda misma, redonda como el mundo, tiene, vista desde arriba, la forma de un perverso pentagrama. Sí, amigos. Un pentagrama gigante donde invocar a un diablo de proporciones monstruosas.
Ya, ya sé que aparentemente esta horrotonda tiene sólo cuatro brazos, y no cinco como los típicos pentagramas. Pero eso es sólo porque el quinto brazo nos resulta invisible.
Invisible porque está allí, pero enterrado, apuntando hacia abajo, al Inframundo, donde reina el Vajhísimo.