na de las cumbres del hormigón del simpar ex-Opus Dei Miguel Fisac es, sin lugar a dudas, la iglesia de Santa Ana en el barrio madrileño de Moratalaz.
De ‘esta ovra’ se han dicho muchas cosas sin mencionar nunca, extrañamente, la palabra “Satán”. Que si su planta en forma de murciélago representaba la nueva iglesia postconciliar en la que el cura ya no tenía que dar la espalda a la congregación, que si su uso de los célebres “huesos” de hormigón para realizar la cubierta… En general, repetían lo que Fisac ya había expuesto con toda la gracia y salero en el No-Do.
Pero, realmente, nadie fue más eficaz en su descripción que el cura que me permitió el acceso a la capilla después de que le dijese que yo era estudiante de arquitectura. Sus ya inmortales palabras fueron:
“Ah, pues si usted es arquitecto… Entonces apreciará esto”.
Y, acto seguido, abrió la puerta para que todo el hormigón a ras de cocorota de la capilla me agrediese y deslumbrase a la vez.
Y vaya que si me deslumbró, tanto que me animé a importunar al pobre señor contándole un chiste en el que las hermanas Gilda se dirigen a don Miguel Fisac himself para preguntarle «¿Aquí la misa vale o no vale?».
Intentó esbozar una sonrisa cuando le dije lo del “Pero la misa aquí… ¿Vale o no vale?”. Lo intentó. Pero me conformé con que no me calzase una hostia que tenía más que merecida.
in duda, compartiría la sensibilidad de muchos que, ante la estética de cueva paleocristiana – de hormigón chorrentoso, eso sí – decidieron grabar carmelitas de colores, velas eléctricas y sustituir las ventanas de escamas azules por vidrieras de colores compradas en el todo a 100. Ni que decir tiene, fue peor el remedio.
Moraleja: sólo con una correcta educación en el satanismo arquitectónico puede uno apreciar como algo normal y hasta deseable todo este despiporre hormigonístico capaz de dar la nota hasta dentro de la apoteosis de arquitectura desprovista que lo rodea. Pero sólo los Jrandes profetas logran estos triunfos.
Y muy pocos más JRANDES que Fisac.