na deficiente asocial del calibre de Ayn Rand, aparte de seducir a toda la derecha ultraliberal norteamericana hasta el fin de los tiempos, también logró definir el prototipo de héroe en el que TODOS los arquitectos con múltiples taras psicológicas desearían verse reflejados. La importancia del libro ‘El manantial’ (y de la película homónima de King Vidor que aquí reseñamos) es INCALCULABLE en la historia de la propagación y triunfo del satanismo. Por favor, no dejen de padecer esta putrícula de rodillas sobre hormigón descascarillado y flagelándose con un cilicio con puntas de acero corten.
Para quien no sepa la sinopsis, ‘El manantial’ nos cuenta la historia de Howard Roark (Gary Cooper), un arquitecto superguay que no cede ante los gustos trasnochados del populacho (ya saben, los adornitos, las terrazas, el no vivir en Satanes…) aunque por ello tenga que sufrir el desprecio de la sociedad – ¡bolcheviques! -, que le prohíbe construir.
Así pues, Howard Roark, antes que someterse cual esclavo al gusto de la colectividad se dedica a trabajar en una cantera. Allí, la hombruna Patricia Neal (una actriz más sobreactuada que Aurora Bautista, pero sin gracia) lo descubre. Más bien, descubre sus bíceps en un plano que sube de los músculos de Gary Cooper hasta su frente en la que se limpia el sudor, tras haber taladrado bloques de mármol. El plano es digno de estar en las mejores portadas de Danielle Steele, pero el hortera de King Vidor logra mejorarlo cuando, por la noche, en un arrebato de furor uterino, Patricia Neal, recuerda, a golpe de superposición… ¡el mismo plano del bíceps!. La señora, con sus picores sexuales, intenta convertir a Gary Cooper en su puto, pero como él es un ser superior, prefiere la opción de calzarle un par de hostias y, una vez la ve tirada en el suelo, violarla y petarle el cacas con alegría. Satán es su señor.
s una pena que la peli no nos ponga la escena de “the morning after” que sí hay en la novela. En ella, la señora se embelesa ante los moratones que Howard Roark le ha dejado en el cuerpo: en efecto, para la guionista/productora/novelista Ayn Rand, en la vida nada es compromiso, sino que los seres superiores tienen la razón y no queda otra que someterse ante ellos (así que el día que un discípulo de Le Corbuiser decida construir un polígono tras demoler el centro histórico de tu ciudad, pues te jodes). Ante este panorama, déjenme decir una frase muy mía: “¡Y luego la gente me dice que ‘Sin tetas no hay paraíso’ era una mierda!”. (El Word me acaba de subrayar “tetas” en rojo: hablar de ‘El manantial’ y mantener la compostura es una misión imposible).
Entre más chorradas en las cuales se demuestra, escena tras escena, discurso tras discurso, que, si no aceptas la arquitectura satánica, además de comunista, eres anormal y un hortera, la película llega a su clímax con OTRO discurso más. Merece la pena que les deje oir a Gary Cooper , durante el jucio al que los mediocres de la sociedad le someten – total, por haber dinamitado unos edificios que a él no le gustaban – exponer sin tapujos ni ganas de caer bien a nadie, el plan maestro de SATÁN:
ierto: se nota que el pobre Gary Cooper no entendía NADA del pseudotexto que estaba leyendo: tartamudeos, frases que se caen, Gary avergonzado ofreciéndose a Ayn Rand a volver a rodar esa escena de gratis… Es el problema inherente a hacer una oda al hormigón utilizando para ello a un actor de madera. Aunque también es cierto que la lucha de Ayn Rand contra la sintaxis convertiría a Lucía Etxebarría en Miguel de Cervantes (por lo menos, Lucía podría argumentar que las tetas no le dejan ver lo que teclea. Ayn Rand, no).
Lo curioso es que, como la fotografía de la peli está bien y el director es famoso – por haber rodado, curiosamente, sendos ataques al capitalismo como las maravillosas ‘…Y el mundo marcha’ y ‘El pan nuestro de cada día’ – hay más de uno que dice… ¡Que esta peli es buena y que es un gran ejemplo del individuo contra la sociedad! Todo es
to sin darse cuenta de que, 60 años después de ‘El manantial’ tanto la arquitectura satánica como las ideas de Rand/Roark son las que dominan el mundo. Y son lo que hace que nuestra vida sea un infierno. Ya lo ven, los oligofrénicos y los votantes de Esperanza Aguirre son legión. ¿Lo mejor de todo este finstro de pinícula? Sin duda, el final. Después del juicio, Roark es absuelto – ¡hasta el populacho se da cuenta de las verdades evidentes! – y construye, en pleno Manhattan, el macroedificio que recuerde a todos los gusanos humanos la magnitud de su victoria y la grandeza de los seres superiores. Una Patricia Neal víctima de un terrible furor uterino se echa media hora en un ascensor, subiendo hacia un chulesco Gary Cooper que muestra orgulloso sus testículos a la señora, y también al resto de la humanidad a la que está dispuesto a sodomizar. Al ascensor sigue subiendo y subiendo y, finalmente, se llega a este terrorífico, perfecto, ominoso plano, ante el que exclamar, con más fundamento y admiración que nunca que…
…¡¡¡SATÁN ES MI SEÑOR!!!
Menos mal que la pandilla de rojos maricones hijos de puta que formamos parte de esa cosa asquerosa llamada audiovisual español, subvencionada con dinero público – ¡Howard Roark, acaba con el estado, aunque el cine español reciba menos subvenciones que la CEOE! – tenemos un plano similar, pero más ético, que demuestra lo que opinamos de esa gente a la que hay que “respetar” porque con su dinero, éxito y superioridad, nos han plantado un gigantesco Satán de hormigón con el que demostrar el tamaño de su nabo.
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Mu weno le artículo, si senhor. Necesitamos un «Celebrities» de Ayn Rand, pero ya.