a pesadilla comenzaba a los pocos segundos de entrar en el vestíbulo… El olor a orina, cerveza y sudor rancio emergía de entre las sombras, las luces habían vuelto a ser destrozadas y el pasillo, destruido, estaba totalmente a oscuras. El silencio reinante no significaba que no hubiese nadie allí. Caminar era escuchar botellas rotas y jeringuillas crujir bajo tus pies. Con suerte, uno de los tres ascensores de la torre podía no estar estropeado. Graffiti fresco, condones usados o un vagabundo desmayado era lo que solía esperar en su interior cuando las puertas se abrían.»
Este artículo de The Guardian relata la época dorada en la que la Trellick Tower logró convertirse en la auténtica torre de los horrores de Londres. Su autor, el arquitecto Ernö Goldfinger, como la buena etiqueta satánica manda, nunca aceptó la más mínima culpa. Antes bien, decidió acusar a la chusma que habían alojado en su obra maestra. Lo cual no está nada mal para un señor que se proclamaba comunista, y que decía convivir meses con los inquilinos, para conocer verdaderamente sus necesidades. El resultado solía ser un diálogo de este tipo:
- El piso está bien. Si tuviese que decir algo, pues... diría... que el armario de la limpieza es un poco pequeño. - ¡¡¡¡¡¡Las mujeres siempre quejándoos de todo!!!!!!!!
Juro por los cuernos de Satán que ese diálogo es verídico. Tan verídico como que Ernö Goldfinger fue la inspiración para la novela más famosa de James Bond. No en vano, Ian Fleming era su vecino y le odiaba a muerte. Ernö nunca quiso leer ‘James Bond contra Goldfinger’, pero preguntó a su estudio si alguien lo había hecho y si se parecía en algo. La respuesta fue «Salvo por el detalle de que no es arquitecto, es igual a usted, señor». ‘Nuff said.
La potencia icónica de su obra maestra, la Trellick Tower, con su característica torre separada para las escaleras y ascensores (en las que las violaciones era un acontecimiento más frecuente de lo deseable) se convirtió en un icono del Brutalismo londinense. Y en la sublimación del odio de todo un país a los tower blocks.
La mala fama tan desaforada, por supuesto, va también acompañada de un fandom alternativo. De seguidores de Satán que, seducidos por el poderío maligno de la Trellick, han rodado numerosos videoclips en el sitio: The Verve, Blur, o Depeche Mode son algunos de ellos. De ahí que muchos se empeñen en decir que, pasados los años, la Trellick es ahora la apoteosis del diseño en la que solo quieren vivir hipsters adinerados. Y que el tiempo ha terminado por dar la razón a Ernö.
Personalmente, desde SEMS les sugerimos que se den una vuelta por la zona. Todo su entorno: el parque al lado del Estate que forman Trellick y Edenham está lleno de sordidazos, las pasarelas de hormigón y pasos subterráneos, así como el angosto paseo al lado del río siguen siendo escenarios en los que morir del acojone.
Y, desde luego, gran parte de la «mejora» viene por la profusión de una ingente cantidad de cámaras de circuito cerrado de televisión para mantener la seguridad en la zona (sistemas de seguridad que, por cierto, Ernö había rechazado tratándolos de «represión burguesa»).
En cualquier caso, estamos ante una de las cumbres históricas del Brutalismo, y todos deberían de peregrinar de rodillas hasta la entrada de los ascensores. Lo que se encuentren dentro de ellos ya pertenece al territorio de los Kinder sorpresa.